Saturday, December 27, 2008

Alicia y la city


Al transitar el vetusto y musgoso adoquinado de aquel callejón cavernoso, sus caderas se movían como el rabo de una perra al encontrarse con su dueño. A pesar de todo, se había acostumbrado a caminar con paso de medio tacón y a escuchar el eco reflejado, al ritmo de sus pensamientos, sobre la superficie cóncava de un reloj de sol que marcaba melancólica y tartamudamente las tres tras el ocaso. Hacía casi cuatro años ya que había viajado hasta aquel lugar santo y gris, y la patética y desgarbada lluvia se había convertido de forma inadvertida en una sensación familiar que se adentraba escurridizamente, entre la blusa y el pantalón, para permanecer pegada como una babosa. Al llegar a la garganta del callejon, siempre se detenía de forma aguda como una espina atravesada, y con un gesto reverencial alzaba lentamente su mirada hasta el zenit, al mismo tiempo que realizaba una inspiración profunda para obsevar los inmensos ventanales de piedra, que guardaban las librerías de copa abarrotadas de libros centenarios. Siempre le parecia estar oliendo a acaros y cuero, y tener los dedos impregnados y espesos. Paradojicamente, el transitar por aquel callejon medieval e ilustrado le devolvía la pasión por la vida activa.
A Alicia siempre le interesaron las ondas. De niña solía pasear a la orilla del mar junto a su abuelo, un hombre canijo con palmas de piel de tiburón, esperando que alguna ráfaga quebrara las crestas de las olas formando un enjambre de pequeñas gotas de difracción multicolor. Más tarde, la dualidad onda-partícula se apoderaría enigmaticamente de su imaginación por su perfecta congruencia ilógica, no exenta de un cierto misticismo sobrenatural. Aquel descubrimiento la llevaría a su primer amor, el efecto fotoeléctrico y la sencilla ecuación E = h f . Más tarde se graduó amando lo que para ella suponía la más bella ecuación conocida debido a su cosmogonía unitaria, la relación de Einstein D = (RT/N) · (1/6μκP). Fue esta intuición metafísica sobre el significado de las relaciones naturales lo que le abrió las puertas de la Universidad de Cambridge para realizar un doctorado en optoelectrónica.
Cuatro años habían pasado desde que pisó por vez primera la sala experimental mejor equipada que había visto, dentro del edificio más cochambroso y añejo imaginado, creando en su conjunto una atmósfera difícil de aprehender sin combinar espiritualmente las palabras carcamal y jovial. Cuatro años compartiendo un aseo con dos guarros malayos, un aristócrata inglés sin talento al que había encontrado oliendo sus braguitas y un humorista filipino, lo habían convertido en un pequeño cuchitril adúltero más propicio para las enfermedades venéreas que para la higiene corporal. Y casi un lustro de experiementos sin salida repetidos sin cesar una y otra vez, y otra vez más, habían trasmutado su imaginación de tal forma que su mente parecía haber adquirido un tipo especial de síndrome de Rett, una de esas raras afecciones neurológicas que sólo afecta a mujeres, consistente en la autolesión corporal repetida e inconsciente y el retraso mental.Así, cuando Alicia conoció por casualidad tras una cena de gala a aquel gentleman de piel limpia casi rubia como su cabello, y de ojos transparentes como dos diminutos acuarios, no pudo resistir la tentación de aceptar su inocua propuesta -¿Quieres venir conmigo a la city? Necesitamos a alguien que comprenda las desviaciones de los random walks. Aquellas palabras le recordaron de inmediato la simple y maravillosa relación a la que se había entregado en cuerpo y alma durante sus primeros años de virginidad y la expresión λx = √2Dt apareció como un súbito fogonazo reflejado en aquel par de canicas trasparentes que al mismo tiempo le musitaban -podrás ganar hasta 600 libras al día con posibilidad de un bonus anual. Alicia pensó que rodearse de cerdos durante un tiempo al fin y al cabo no estaría mal del todo, si al menos eran tan limpios como aquel, cualidad que comprobaria aquella misma noche tras terminar la última botella de Porto en su habitación.

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